Jean Lafrance Oración

Nunca llegamos a tocar fondo

La verdadera oración brota de lo hondo del corazón, pero estas honduras no son tan sólo las misteriosas extensiones, y sin embargo familiares, de nuestro yo psicológico, las regiones en las que todavía nos sentimos en nuestra casa. Sin duda hay que ir hasta el fondo de nuestro abismo de tinieblas para percibir la estrellita que brilla a esas profundidades, pero hay un más allá del sufrimiento. A fuerza de ahondar nuestro sufrimiento, llega un momento que alcanza el paroxismo, entonces brota la alegría. (…)

Parece que la imagen de las olas utilizada por los salmos puede hacernos comprender, en cuanto puede hacerlo un símbolo, este más allá de las profundidades psicológicas del hombre. Las intimidades nos resultan extrañas y hostiles, pues nos enfrentan a enemigos terribles. La imagen evocada es la del mar a punto de engullir a sus víctimas del abismo, no solamente abierto ante nosotros, sino cerrado ya sobre nosotros. El hombre tiene la impresión de hundirse y caer en el abismo sin nada a que agarrarse, sin ningún punto fijo en la vida. El universo parece un poder siniestro y monstruoso, sin claridad, sin ninguna amistad.

Es una prueba temible, pero necesaria y saludable para quien quiere dejarse buscar por Dios. (…) No nos adueñamos de Dios, sino que nos dejamos encontrar por Él. La mejor manera de asimilar a Dios es dejarnos devorar por Él. En los comienzos de la vida espiritual, se busca sobre todo el amar a Dios; al final, se comprende que basta con dejarse amar por él.

No se trata ya de guiar nuestra barca, sino de descubrir que hay en ella un piloto, el Espíritu Santo, y que hay que dejarle el timón y las palancas de mando. Se puede uno preguntar: ¿qué sería una vida en la que la obediencia al Espíritu fuese total? Es algo mucho más profundo que caminar hacia Dios, es una disolución de nuestra voluntad en la suya; en una palabra, es lo que los espirituales llaman el abandono.

Pero no sospechamos hasta qué punto somos orgullosos y cómo deseamos construir por nosotros mismos nuestra propia santidad. Hay que elegir: confiarse únicamente a Dios, o fiarse de sí, de los propios méritos de las cualidades o del propio ente. Queremos conseguir nosotros solos el crecimiento en el amor. En este punto, Dios no puede transigir, lo que vemos muy bien en el Evangelio, donde Cristo se enfrenta a los fariseos, porque no quieren fiarse únicamente de él; dos “religiones” se enfrentan. Solamente los pecadores, que se ven obligados a esperarlo todo de la misericordia de Dios, y también los niños, pueden entrar en el Reino.

Jean Lafrance
El poder de la oración, Cap. II

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