«Yo contemplé y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes y de los ancianos estaba un cordero como degollado» (Apoc. 5, 6).
Cuando el vidente de Patmos contempló ese rostro latía todavía en él el recuerdo de aquel inolvidable día junto al Jordán, cuando Juan el Bautista le mostró al «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29). En aquel momento había comprendido él la palabra y ahora comprendía la imagen. El era el que antes caminaba junto al Jordán y el que se le había manifestado ahora en blancas vestiduras, con sus ojos como llamas de fuego y con la espada del que juzga, el Primero y el Último (Jn 1, 13ss). El llevó a la plenitud lo que los ritos de la Antigua Alianza sólo manifestaron en figura. (…)
Pero… ¿por qué había elegido el Cordero como símbolo preferido? ¿Por qué se muestra Él todavía de esa forma en el trono de la eterna gloria? Porque fue inocente y humilde como un cordero y porque él había venido para «dejarse llevar como cordero al matadero» (Is 53,7). (…)
Juan presenció también eso cuando el Señor permitió que lo apresaran en el Monte de los Olivos y luego se dejó clavar en la cruz en el Gólgota. Allí, en el Gólgota, fue consumada la verdadera Víctima de la Reconciliación y con ella perdieron su eficacia todas las antiguas ofrendas, y muy pronto cesaron totalmente, así como el antiguo sacerdocio con la destrucción del Templo. Todo eso le tocó presenciar a Juan; por eso no le asombraba el Cordero sobre el trono, y porque fue un fiel testigo suyo le fue mostrada también la esposa del Cordero. (…)
Así como el Cordero tuyo que ser degollado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así conduce el camino de la gloria, a través de la Cruz y el sufrimiento, a todos aquellos que fueron elegidos para el banquete de las bodas del Cordero.
El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la Cruz. Para esto están llamados todos los que fueron marcados con la sangre del Cordero, y éstos son todos los bautizados. Sin embargo, no todos comprenden esta llamada y le siguen.
Edith Stein
Las bodas del Cordero
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«Yo contemplé y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes y de los ancianos estaba un cordero como degollado» (Apoc. 5, 6).
Cuando el vidente de Patmos contempló ese rostro latía todavía en él el recuerdo de aquel inolvidable día junto al Jordán, cuando Juan el Bautista le mostró al «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29). En aquel momento había comprendido él la palabra y ahora comprendía la imagen. El era el que antes caminaba junto al Jordán y el que se le había manifestado ahora en blancas vestiduras, con sus ojos como llamas de fuego y con la espada del que juzga, el Primero y el Último (Jn 1, 13ss). El llevó a la plenitud lo que los ritos de la Antigua Alianza sólo manifestaron en figura. (…)
Pero… ¿por qué había elegido el Cordero como símbolo preferido? ¿Por qué se muestra Él todavía de esa forma en el trono de la eterna gloria? Porque fue inocente y humilde como un cordero y porque él había venido para «dejarse llevar como cordero al matadero» (Is 53,7). (…)
Juan presenció también eso cuando el Señor permitió que lo apresaran en el Monte de los Olivos y luego se dejó clavar en la cruz en el Gólgota. Allí, en el Gólgota, fue consumada la verdadera Víctima de la Reconciliación y con ella perdieron su eficacia todas las antiguas ofrendas, y muy pronto cesaron totalmente, así como el antiguo sacerdocio con la destrucción del Templo. Todo eso le tocó presenciar a Juan; por eso no le asombraba el Cordero sobre el trono, y porque fue un fiel testigo suyo le fue mostrada también la esposa del Cordero. (…)
Así como el Cordero tuyo que ser degollado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así conduce el camino de la gloria, a través de la Cruz y el sufrimiento, a todos aquellos que fueron elegidos para el banquete de las bodas del Cordero.
El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la Cruz. Para esto están llamados todos los que fueron marcados con la sangre del Cordero, y éstos son todos los bautizados. Sin embargo, no todos comprenden esta llamada y le siguen.
Edith Stein
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