La historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22).
Dios no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus “caminos”, o sea, sus proyectos y sus “obras” eficaces.
Las naciones deben aprender a “leer” en la historia un mensaje de Dios. La aventura de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de la prevaricación de los prepotentes y de los perversos.
Gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte. (…)
Queremos concluir nuestra breve reflexión sobre el cántico del “Cordero victorioso” (cf. Ap 15, 3), entonado por los justos del Apocalipsis, con un antiguo himno del lucernario, es decir, de la oración vespertina, ya conocido por san Basilio de Cesarea. Ese himno dice: “Al llegar al ocaso del sol, al ver la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios. Eres digno de que te cantemos en todo momento con voces santas, Hijo de Dios, tú que das la vida. Por eso, el mundo te glorifica” (S. Pricolo-M. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).
Benedicto XVI
Audiencia General 11.05.2005
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La historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22).
Dios no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus “caminos”, o sea, sus proyectos y sus “obras” eficaces.
Las naciones deben aprender a “leer” en la historia un mensaje de Dios. La aventura de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de la prevaricación de los prepotentes y de los perversos.
Gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte. (…)
Queremos concluir nuestra breve reflexión sobre el cántico del “Cordero victorioso” (cf. Ap 15, 3), entonado por los justos del Apocalipsis, con un antiguo himno del lucernario, es decir, de la oración vespertina, ya conocido por san Basilio de Cesarea. Ese himno dice: “Al llegar al ocaso del sol, al ver la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios. Eres digno de que te cantemos en todo momento con voces santas, Hijo de Dios, tú que das la vida. Por eso, el mundo te glorifica” (S. Pricolo-M. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).
Benedicto XVI
Audiencia General 11.05.2005
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