«Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No sólo en el agua, sino en el agua y en la sangre. […] Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y el testimonio de los tres es único» (1 Jn 5, 6-8). Aquí hay, evidentemente, una puntada polémica frente a un cristianismo que reconoce el bautismo de Jesús como acontecimiento salvífico, pero no su muerte en la cruz. Se trata de un cristianismo que, por decirlo así, quiere sólo la palabra, pero no la carne y la sangre. El cuerpo de Cristo y su muerte no desempeñan, en último término, ningún papel. De este modo, del cristianismo sólo queda el «agua»; la palabra, sin la corporeidad de Jesús, pierde su fuerza. El cristianismo se convierte en mera doctrina, mero moralismo y cosa del intelecto pero le faltan la carne y la sangre. El carácter redentor de la sangre de Cristo ya no se acepta. Perturba la armonía intelectual.
¿Quién no reconocerá aquí peligros de nuestro cristianismo actual? El agua y la sangre son solidarios: encarnación y cruz, bautismo, palabra y sacramento son inseparables. Y el Espíritu ha de sumarse a esta Trinidad que da testimonio.
Joseph Ratzinger
Jesús de Nazaret
Desde el bautismo en el Jordán hasta la transfiguración, cap. 8
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«Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No sólo en el agua, sino en el agua y en la sangre. […] Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y el testimonio de los tres es único» (1 Jn 5, 6-8). Aquí hay, evidentemente, una puntada polémica frente a un cristianismo que reconoce el bautismo de Jesús como acontecimiento salvífico, pero no su muerte en la cruz. Se trata de un cristianismo que, por decirlo así, quiere sólo la palabra, pero no la carne y la sangre. El cuerpo de Cristo y su muerte no desempeñan, en último término, ningún papel. De este modo, del cristianismo sólo queda el «agua»; la palabra, sin la corporeidad de Jesús, pierde su fuerza. El cristianismo se convierte en mera doctrina, mero moralismo y cosa del intelecto pero le faltan la carne y la sangre. El carácter redentor de la sangre de Cristo ya no se acepta. Perturba la armonía intelectual.
¿Quién no reconocerá aquí peligros de nuestro cristianismo actual? El agua y la sangre son solidarios: encarnación y cruz, bautismo, palabra y sacramento son inseparables. Y el Espíritu ha de sumarse a esta Trinidad que da testimonio.
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Jesús de Nazaret
Desde el bautismo en el Jordán hasta la transfiguración, cap. 8
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