Y así ven también aquí, Tomás, sal del antro de tus dolores, mete el dedo aquí dentro y mira mis manos; mete aquí tu mano e introdúcela en mi costado. Y no te imagines que tu ciego dolor es mas clarividente que mi gracia. No te escondas en la fortaleza de tus tormentos. Es verdad que crees ver con más agudeza que tus hermanos, dispones de pruebas, conoces tu hombre viejo, negro sobre blanco, y todo en él grita: ¡imposible! Y, sin embargo, yo he resucitado. Y tu sabio dolor, tu dolor gris, en el que te echas, con el que te imaginas demostrarme tu fidelidad, con el que crees estar junto a mí, es muy anacrónico. Porque yo soy hoy joven y feliz. Y todo lo que tú llamas fidelidad es autocomplacencia. ¿Dispones de alguna medida en tu mano? ¿Es tu alma el criterio de juicio para lo que es posible a Dios? ¿Es tu corazón, cargado e hinchado de experiencia, el reloj con el que puedes leer el consejo de Dios respecto a ti?
Falta de fe es lo que tú crees profundidad. Ahora bien, puesto que estás tan consumido y el evidente tormento de tu corazón se ha abierto de par en par hasta el abismo de tu yo, dame tu mano y percibe con ella el pulso de otro corazón: con esta experiencia nueva tu alma se entregará y se rendirá, y estallará la intensa oscura hiel. Te debo abrumar. No puedo dejar de pretender de ti lo más querido que tienes, tu melancolía. Echa fuera estos ídolos, el frío grupo que hay en tu pecho, y yo te daré en su lugar un corazón nuevo de carne, que latirá al son del mío. Cede este yo tuyo, que vive del hecho de no poder vivir, que está enfermo ponque no puede morir: déjalo perder y asi empezarás a vivir por fin.
Hans Urs von Balthasar
II cuore del mondo
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Y así ven también aquí, Tomás, sal del antro de tus dolores, mete el dedo aquí dentro y mira mis manos; mete aquí tu mano e introdúcela en mi costado. Y no te imagines que tu ciego dolor es mas clarividente que mi gracia. No te escondas en la fortaleza de tus tormentos. Es verdad que crees ver con más agudeza que tus hermanos, dispones de pruebas, conoces tu hombre viejo, negro sobre blanco, y todo en él grita: ¡imposible! Y, sin embargo, yo he resucitado. Y tu sabio dolor, tu dolor gris, en el que te echas, con el que te imaginas demostrarme tu fidelidad, con el que crees estar junto a mí, es muy anacrónico. Porque yo soy hoy joven y feliz. Y todo lo que tú llamas fidelidad es autocomplacencia. ¿Dispones de alguna medida en tu mano? ¿Es tu alma el criterio de juicio para lo que es posible a Dios? ¿Es tu corazón, cargado e hinchado de experiencia, el reloj con el que puedes leer el consejo de Dios respecto a ti?
Falta de fe es lo que tú crees profundidad. Ahora bien, puesto que estás tan consumido y el evidente tormento de tu corazón se ha abierto de par en par hasta el abismo de tu yo, dame tu mano y percibe con ella el pulso de otro corazón: con esta experiencia nueva tu alma se entregará y se rendirá, y estallará la intensa oscura hiel. Te debo abrumar. No puedo dejar de pretender de ti lo más querido que tienes, tu melancolía. Echa fuera estos ídolos, el frío grupo que hay en tu pecho, y yo te daré en su lugar un corazón nuevo de carne, que latirá al son del mío. Cede este yo tuyo, que vive del hecho de no poder vivir, que está enfermo ponque no puede morir: déjalo perder y asi empezarás a vivir por fin.
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