El proceso de espiritualización de la afectividad sensible (…) no se cumple sino en el dolor y por el dolor. San Juan de la Cruz, con tanta sabiduría sobrenatural como intuición de las realidades psicológicas, coloca la “noche de los sentidos” en el umbral de la vida mística.
Los sentidos, cuna del ideal, pueden ser su tumba a poco que su amor nos cautive. En el elemento sensible de todo afecto profundo, aún no macerado por el dolor, hay algo indiscreto y angosto; una especie de euforia interior cuyas vaharadas enturbian y paralizan la pura llama de la penetración espiritual. (…) La Cruz madura y adelgaza las pasiones; no las despoja de su originalidad individual, pero sí de esa estrechez y «particularismo» deformantes que son cargo de la individualidad sensible. Las infunde una especie de transparencia y serenidad vesperales, una aptitud para unirse con lo universal y para prologar sin tradición ni ruptura los arrobamientos del amor inmaterial. (…)
El dolor, que libra las pasiones de la opacidad y estrechez carnales, las eleva también por encima de las fluctuaciones y de la inconstancia, atributos esenciales de la sensibilidad. (…)
«La grande y trágica ilusión de las almas amantes», escribe Klages en uno de sus más desesperantes aforismos, «es creer que la fuerza y hondura de un estado afectivo garantiza su duración». De hecho, la mayor parte de las almas son una necrópolis donde yacen las cenizas de pasiones que se creyeron nacidas para la eternidad. Solamente los afectos que resisten la destrucción y la «noche» de su primer componente sentimental están llamados a trascender en el tiempo. Un amor es grande y duradero en la medida que lo nutran decepciones y dolores sembrados sobre su camino…
Gustave Thibon
Sobre el amor humano, sentido y espíritu.
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El proceso de espiritualización de la afectividad sensible (…) no se cumple sino en el dolor y por el dolor. San Juan de la Cruz, con tanta sabiduría sobrenatural como intuición de las realidades psicológicas, coloca la “noche de los sentidos” en el umbral de la vida mística.
Los sentidos, cuna del ideal, pueden ser su tumba a poco que su amor nos cautive. En el elemento sensible de todo afecto profundo, aún no macerado por el dolor, hay algo indiscreto y angosto; una especie de euforia interior cuyas vaharadas enturbian y paralizan la pura llama de la penetración espiritual. (…) La Cruz madura y adelgaza las pasiones; no las despoja de su originalidad individual, pero sí de esa estrechez y «particularismo» deformantes que son cargo de la individualidad sensible. Las infunde una especie de transparencia y serenidad vesperales, una aptitud para unirse con lo universal y para prologar sin tradición ni ruptura los arrobamientos del amor inmaterial. (…)
El dolor, que libra las pasiones de la opacidad y estrechez carnales, las eleva también por encima de las fluctuaciones y de la inconstancia, atributos esenciales de la sensibilidad. (…)
«La grande y trágica ilusión de las almas amantes», escribe Klages en uno de sus más desesperantes aforismos, «es creer que la fuerza y hondura de un estado afectivo garantiza su duración». De hecho, la mayor parte de las almas son una necrópolis donde yacen las cenizas de pasiones que se creyeron nacidas para la eternidad. Solamente los afectos que resisten la destrucción y la «noche» de su primer componente sentimental están llamados a trascender en el tiempo. Un amor es grande y duradero en la medida que lo nutran decepciones y dolores sembrados sobre su camino…
Gustave Thibon
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