Marko Iván Rupnik

El estilo de vida de los cristianos

« …El problema del estilo de vida, considerado fuera de una visión orgánica, de una mirada de conjunto, ha sido resuelto frecuentemente con reglas, y por lo tanto ha llevado al moralismo. Pero cuando el moralismo y el sistema ideológico de la fe cayeron, el ámbito que fue completamente compartido con el mundo fue precisamente el estilo de vida. Entonces también el estilo de vida de los cristianos se impregnó de una cultura sensual, en los horizontes diseñados por el marketing, por los medios que crean la opinión pública. Ahora bien, muchos quizá ni siquiera se dan cuenta del problema, pero está claro que, si uno es serio, todo esto representa una especie de dualismo.

Si la fe cristiana es una cuestión de vida, no podemos contentarnos con pensar ciertas ideas, con frecuentar algunas actividades, si luego la vida en sus aspectos más prácticos, es gobernada por la lógica del mundo. ¡Es la vida misma la que no admite divisiones de este tipo! La vida tiende a penetrarlo todo y a implicarlo todo.

Pienso sobre todo en la imaginación, padre. Sin imaginación no se puede crear, pero tampoco vivir. Si quiero hacer algo, necesito una imagen que realizar. Sin una imagen no puedo ni siquiera componer un ramo de flores, ¡mucho menos elecciones más fundamentales, más esenciales! ¿Cómo imaginar si no el ser mujer, hombre, esposa, marido, profesor, sacerdote? ¿Cómo imaginar mi vestido? De algún lugar tengo que tomar estas imágenes. Pero hoy, ¿dónde se nutre la imaginación de los fieles? Gran parte de nuestra pastoral es exclusivamente conceptual, hecho de ideas y de propuestas de actividades. Pero además todas estas actividades, incluidas las que tienen que ver con escuchar la Palabra de Dios, ¿sobre qué terreno caen? ¿Qué sucede si estas realidades prevalentemente verbales, conceptuales o moralistas, que hacen referencia a nuestro “compromiso”, entran en un mundo totalmente poblado por las imágenes de Internet, de la televisión, de la publicidad?

Padre, somos grandes plazas atravesadas por los flujos más heterogéneos, pobladas por tantas cosas de las que las personas no son conscientes y que de hecho no controlan, sino que padecen. Cómo nos vestimos, cómo estamos juntos, cómo se prepara y cómo se vive una fiesta, cómo nos hablamos, cómo se dispone una casa, cómo nos levantamos y cómo nos vamos a dormir, cómo se trabaja y cómo se descansa, cómo se escucha y cómo se habla, cómo se sabe cuándo y qué cosa de lo que me pasa por la cabeza hay que decir o hay que callar… Se escucha cada vez más que hemos llegado al extremo, que las últimas generaciones viven continuamente al filo de la navaja y que ya no se puede permitir que los jóvenes se engañen buscando un mundo sin trabajo, sin responsabilidad, hecho sólo de ganancia y diversión… con el resultado de que cada fin de semana asistimos a una masacre de jovencísimos totalmente borrachos. La situación es tal que desde varios ámbitos, también desde el mundo económico y político, se oye decir que hace falta arreglar las cosas con mano dura, con crisis económicas provocadas artificialmente, con nuevos regímenes surgidos apoyándose precisamente sobre estos mismos jóvenes, completamente manipulables ya, según muchos sociólogos.

¿No le parece, padre, que éste sería precisamente el momento propicio para la misión de una Iglesia que revela un modo espiritual, basado sobre la libre sinergia en el amor? Una situación de este tipo exige un arte espiritual, un discernimiento, y no simplemente establecer unos modos, unas medidas, unas normas, sólo porque se advierte que estamos cerca de la degeneración y que la situación se nos va de las manos.

También dentro de la Iglesia se ha terminado ya un modo de ser. La persona no puede hacer ciertas cosas simplemente porque pertenece a la comunidad eclesial. No nos podemos contentar con el estatus de rebaño. Existe un modo espiritual donde es importante también el porqué, la convicción. ¿Cómo es posible pensar que una parte tan grande de la vida humana no tenga nada que ver con la relación –salvadora– con Cristo? Pensar que todas esas concreciones no tienen un nexo con el Espíritu Santo significa declarar el dualismo. Y, si tienen que ver con la pertenencia eclesial, pero no con la vida espiritual, eso significa declarar una especie de fundamentalismo. Lo cual, lamentablemente podría ser también la elección de nuestra sociedad…».

Marko Iván Rupnik
El arte de la vida: Lo cotidiano en la belleza
Cap 1.

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