Es preciso deducir, en vista de lo que Jesucristo es para nosotros, que nosotros no somos en manera alguna dueños de nosotros mismos, como dice el Apóstol, sino que somos completamente cosa suya, miembros suyos, esclavos que ha comprado infinitamente caros, a precio de toda su sangre. Antes del bautismo éramos del demonio, como sus esclavos; el bautismo nos ha hechos verdaderos siervos de Jesucristo, siervos que no debemos vivir, ni trabajar, ni morir más que para trabajar por este Dios-hombre, glorificarle en nuestro cuerpo y hacerle reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su herencia. Por lo cual, el Espíritu Santo nos compara: 1.º, a árboles plantados a la orilla de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia, y que oportunamente deben dar su fruto; 2.º, a los sarmientos de una viña, en que Jesucristo es la vid que ha de dar buenos frutos; 3.º, a un rebaño cuyo pastor es Jesucristo, rebaño que debe multiplicarse y dar leche; 4.º, a una tierra fértil de la que Dios es el labrador, y cuya semilla se multiplica y produce treinta, sesenta, cieno por uno. Jesucristo lanzó su maldición a la higuera infructuosa y condenó al servidor inútil porque no hizo producir su talento (Ps. 1, 3; Jn. 15, 1; Jn 10, 11; Mt. 13, 3; Mt 21, 19; Mt 25, 27).
Todo esto nos prueba que Jesucristo quiere recabar preciosos frutos de nuestras pobres personas, a saber: conseguir buenas obras, que pertenezcan a Él únicamente. «Creados en buenas obras en Jesucristo» (Ef. 2, 10). Palabras que demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser el único fin de todas nuestras buenas acciones, y que debemos servirle, no solamente como servidores mercenarios, sino como esclavos de amor.
San Luis María Grignion de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 68.
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Es preciso deducir, en vista de lo que Jesucristo es para nosotros, que nosotros no somos en manera alguna dueños de nosotros mismos, como dice el Apóstol, sino que somos completamente cosa suya, miembros suyos, esclavos que ha comprado infinitamente caros, a precio de toda su sangre. Antes del bautismo éramos del demonio, como sus esclavos; el bautismo nos ha hechos verdaderos siervos de Jesucristo, siervos que no debemos vivir, ni trabajar, ni morir más que para trabajar por este Dios-hombre, glorificarle en nuestro cuerpo y hacerle reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su herencia. Por lo cual, el Espíritu Santo nos compara: 1.º, a árboles plantados a la orilla de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia, y que oportunamente deben dar su fruto; 2.º, a los sarmientos de una viña, en que Jesucristo es la vid que ha de dar buenos frutos; 3.º, a un rebaño cuyo pastor es Jesucristo, rebaño que debe multiplicarse y dar leche; 4.º, a una tierra fértil de la que Dios es el labrador, y cuya semilla se multiplica y produce treinta, sesenta, cieno por uno. Jesucristo lanzó su maldición a la higuera infructuosa y condenó al servidor inútil porque no hizo producir su talento (Ps. 1, 3; Jn. 15, 1; Jn 10, 11; Mt. 13, 3; Mt 21, 19; Mt 25, 27).
Todo esto nos prueba que Jesucristo quiere recabar preciosos frutos de nuestras pobres personas, a saber: conseguir buenas obras, que pertenezcan a Él únicamente. «Creados en buenas obras en Jesucristo» (Ef. 2, 10). Palabras que demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser el único fin de todas nuestras buenas acciones, y que debemos servirle, no solamente como servidores mercenarios, sino como esclavos de amor.
San Luis María Grignion de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 68.
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