Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o los amantes del mundo que, con el nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden, o el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o el hábito de jurar, o la maledicencia, o la injusticia; devotos falsos que duermen pacíficamente en sus malos pasos, sin hacerse violencia para corregirse; so pretexto de que son devotos de la Santísima Virgen, se prometen que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión y que no se condenarán, porque rezan el rosario, ayunan los sábados, pertenecen a tal o cual Cofradía, y van colgados de medallas y escapularios.

Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del demonio y una presunción perniciosa capaz de causarles su eterna perdición, no lo quieren creer; dicen que Dios es muy bueno y misericordioso, que no nos ha criado para condenarnos, que no hay hombre que no peque, que no morirán sin confesión, que basta un buen «peccavi» («¡Señor, yo pequé» a la hora de la muerte, que ellos son devotos de la Virgen, que llevan el escapulario, que todos los días rezan en su honra, sin respeto humano ni vanidad, siete Padrenuestros y siete Avemarías, que rezan también alguna vez el rosario y el Oficio de la Santa Virgen, que ayunan, etc., etc.

En confirmación de lo que dicen, y para mayor ceguedad, cuentan algunas historias que han oído o leído en libros, verdaderos o falsos, poco importa, historias que acreditan que personas muertas en pecado mortal y sin confesión han resucitado para confesarse, o que su alma ha sido milagrosamente detenida en el cuerpo hasta después de la confesión, o que a la hora de la muerte han alcanzado, por la misericordia de la Santísima Virgen, la contrición y el perdón de los pecados, y, por consiguiente, se han salvado, porque durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejecutado algunas prácticas de devoción a la Virgen, y así, esperan ellos obtener la misma gracia.

Nada es tan condenable en el Cristianismo como esta presunción diabólica, porque ¿es posible que se diga en verdad que se ama y se honra a la Virgen cuando por los pecados se hiere, se crucifica y se ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligase a salvar a esta clase de gente, su misericordia autorizaría el crimen, y ayudaría a crucificar, a ultrajar a su divino Hijo, y ¿quién osará jamás pensarlo?

Abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, que después de la devoción a Nuestro Señor es la más santa y sólida, es cometer un horrible sacrilegio, el mayor y el menos perdonable después de la Comunión indigna.

Confieso que para ser verdaderamente devoto a la Virgen no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado, aunque esto sería de desear; pero sí es a lo menos menester (nótese bien lo que voy a decir): 1.º, estar en una resolución sincera de evitar, al menos, todo pecado mortal, que ultraje tanto a la Madre como al Hijo; 2.º, violentarse para evitar el pecado; 3.º, ingresar en las cofradías, rezar la Corona, el Santo Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

Todo esto es admirablemente útil para la conversión de los pecadores, aunque endurecidos, y si mi lector es de estos pecadores, aunque tuviera un pie en el abismo, le aconsejo practique algunas de estas devociones, si bien a condición de hacer estas buenas obras con la intención de obtener de Dios, por la intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y del perdón de sus pecados, y la fortaleza para vencer sus malos hábitos, y no con el fin de permanecer pacíficamente en estado de pecado mortal contra los remordimientos de su conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los Santos y las máximas del Evangelio.

San Luis María Grignion de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 97-100

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