«Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz» (Jn 5,28)
«¡Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz!» (Ef 5,14). Comprende de qué muertos se trata cuando oyes decir: «¡Levántate de entre los muertos!» Incluso de muertos visibles se dice, a menudo, que duermen; y, verdaderamente, todos duermen por aquél que los puede despertar. Para ti, un muerto está bien muerto: por mucho que lo golpees, lo sacudas, no se despierta. Pero para Cristo sólo estaba dormido aquel a quien ordenó: «¡Levántate!» y, al instante, se levantó (Lc 7,14). Es fácil despertar a uno que duerme en su cama; pero con mayor facilidad aun, Cristo despierta a un muerto enterrado…
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días» (Jn 11,39). Pero llega el Señor a quien todo le resulta fácil. Frente a la voz del Salvador no hay ataduras que no cedan; los poderes infernales tiemblan y Lázaro sale vivo… Por la voluntad vivificante de Cristo, incluso los que ya hace tiempo que murieron, no están más que dormidos.
Pero Lázaro, una vez salido del sepulcro, era todavía incapaz de caminar. Por eso el Señor ordenó a sus discípulos: «Desatadle y dejadlo marchar». Cristo lo había resucitado; ellos lo liberaron de sus ataduras. Fijaos en lo que hace el Señor para que alguien vuelva a la vida: habiendo sido esclavo de la costumbre, escucha las exhortaciones de la Palabra divina… Los pecadores, vivamente amonestados, entran dentro de sí mismos, comienzan a repasar su vida y al sentir el peso de las cadenas de sus malas costumbres, deciden cambiar su forma de vida: ¡vedlos ya resucitados! Pero, aunque están ya vivos, todavía no pueden caminar; es preciso que se liberen de sus ataduras; este es el trabajo de los apóstoles: «Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 18,18).
San Agustín
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«Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz» (Jn 5,28)
«¡Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz!» (Ef 5,14). Comprende de qué muertos se trata cuando oyes decir: «¡Levántate de entre los muertos!» Incluso de muertos visibles se dice, a menudo, que duermen; y, verdaderamente, todos duermen por aquél que los puede despertar. Para ti, un muerto está bien muerto: por mucho que lo golpees, lo sacudas, no se despierta. Pero para Cristo sólo estaba dormido aquel a quien ordenó: «¡Levántate!» y, al instante, se levantó (Lc 7,14). Es fácil despertar a uno que duerme en su cama; pero con mayor facilidad aun, Cristo despierta a un muerto enterrado…
«Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días» (Jn 11,39). Pero llega el Señor a quien todo le resulta fácil. Frente a la voz del Salvador no hay ataduras que no cedan; los poderes infernales tiemblan y Lázaro sale vivo… Por la voluntad vivificante de Cristo, incluso los que ya hace tiempo que murieron, no están más que dormidos.
Pero Lázaro, una vez salido del sepulcro, era todavía incapaz de caminar. Por eso el Señor ordenó a sus discípulos: «Desatadle y dejadlo marchar». Cristo lo había resucitado; ellos lo liberaron de sus ataduras. Fijaos en lo que hace el Señor para que alguien vuelva a la vida: habiendo sido esclavo de la costumbre, escucha las exhortaciones de la Palabra divina… Los pecadores, vivamente amonestados, entran dentro de sí mismos, comienzan a repasar su vida y al sentir el peso de las cadenas de sus malas costumbres, deciden cambiar su forma de vida: ¡vedlos ya resucitados! Pero, aunque están ya vivos, todavía no pueden caminar; es preciso que se liberen de sus ataduras; este es el trabajo de los apóstoles: «Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 18,18).
San Agustín
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