«La Sabiduría –dice el Espíritu Santo– no mora en quienes viven cómodamente» (Ver Job 28, 12-13 – Vulgata; Sab 1, 4), es decir, en quienes viven a sus anchas, concediendo a las pasiones y sentidos cuanto apetecen, porque «los que viven sujetos a los bajos instintos son incapaces de agradar a Dios» (Rom 8, 8) y «la tendencia a lo bajo significa rebeldía contra Dios» (Rom 8, 7). «Mi aliento no durará por siempre en el hombre, puesto que es de carne» (Gen 6, 3).
«Los que son de Cristo –la Sabiduría encarnada– han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos» (Gal 5, 24), llevan ahora y siempre en su persona la muerte de Jesús (2Cor 4, 10), se hacen violencia continuamente, llevan la cruz todos los días, están, finalmente, muertos y hasta consepultados con Jesucristo. Son éstas, expresiones del Espíritu Santo, que muestran con luz más que meridiana cómo para obtener la Sabiduría encarnada, Jesucristo, es necesario que te mortifiques y renuncies al mundo y a ti mismo.
San Luis María Grignion de Montfort
El amor de la Sabiduría eterna, #194
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«La Sabiduría –dice el Espíritu Santo– no mora en quienes viven cómodamente» (Ver Job 28, 12-13 – Vulgata; Sab 1, 4), es decir, en quienes viven a sus anchas, concediendo a las pasiones y sentidos cuanto apetecen, porque «los que viven sujetos a los bajos instintos son incapaces de agradar a Dios» (Rom 8, 8) y «la tendencia a lo bajo significa rebeldía contra Dios» (Rom 8, 7). «Mi aliento no durará por siempre en el hombre, puesto que es de carne» (Gen 6, 3).
«Los que son de Cristo –la Sabiduría encarnada– han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos» (Gal 5, 24), llevan ahora y siempre en su persona la muerte de Jesús (2Cor 4, 10), se hacen violencia continuamente, llevan la cruz todos los días, están, finalmente, muertos y hasta consepultados con Jesucristo. Son éstas, expresiones del Espíritu Santo, que muestran con luz más que meridiana cómo para obtener la Sabiduría encarnada, Jesucristo, es necesario que te mortifiques y renuncies al mundo y a ti mismo.
San Luis María Grignion de Montfort
El amor de la Sabiduría eterna, #194
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