«Dos hombres subieron al Templo a orar» (Lc 18,10)
Estos dos hombres subieron al Templo. El Templo, es el más profundo interior del alma, en el cual la Trinidad santa vive gozosamente, obra tan noble, donde depositó generosamente todo su tesoro, donde tiene su complacencia y su felicidad, gozando de su noble imagen y semejanza (Gn 1,26). Nadie puede suprimir la nobleza y la alta dignidad de este templo; es allí dónde se debe entrar para orar. Y para que la oración este bien hecha deben haber allí dos hombres que suben…, el hombre exterior y el hombre interior.
La oración que hace el hombre exterior sin el hombre interior no sirve de gran cosa, incluso de nada en absoluto. Para avanzar realmente en el camino de la oración verdadera y bien hecha, no hay nada más seguro, más grande y más útil que el precioso Cuerpo Eucarístico de Nuestro Señor Jesucristo… Queridos hijos, debéis estar extraordinariamente agradecidos, porque esta gracia se os concede con más frecuencia que antes y debéis usarla más que otros auxilios…
Uno de los dos hombres era Fariseo, y el Evangelio nos dice lo que hizo. El otro era un publicano, se quedó alejado, no se atrevía a levantar los ojos hacia el cielo y decía: “Señor, ten piedad de mí, pobre pecador”; para éste su oración acabó satisfactoriamente. En verdad, yo querría actuar como lo hizo el publicano y considerar continuamente mi nada. Este será el camino más noble y más útil que se pueda seguir. Este camino lleva siempre y sin intermediario al hombre hacia Dios, porque dónde Dios viene con su misericordia, viene con todo su ser, es él mismo el que viene.
Entonces, ocurre que los mismos sentimientos de este publicano se apoderan del corazón de ciertas personas, que conscientes de sus pecados, se alejan de Dios y el Santísimo Sacramento, diciendo que no son dignos de acercarse. No, queridos hijos, por el contrario, debéis acudir voluntariamente con más frecuencia a la comunión, con el fin de ser perdonados de vuestras faltas y decir: “Ven, Señor, ven aprisa, antes de que mi alma perezca en el pecado; es necesario que vengas pronto, antes de que perezca completamente” (cf Jn 4,49).
Juan Taulero
48, Para el domingo XI después de la Trinidad
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«Dos hombres subieron al Templo a orar» (Lc 18,10)
Estos dos hombres subieron al Templo. El Templo, es el más profundo interior del alma, en el cual la Trinidad santa vive gozosamente, obra tan noble, donde depositó generosamente todo su tesoro, donde tiene su complacencia y su felicidad, gozando de su noble imagen y semejanza (Gn 1,26). Nadie puede suprimir la nobleza y la alta dignidad de este templo; es allí dónde se debe entrar para orar. Y para que la oración este bien hecha deben haber allí dos hombres que suben…, el hombre exterior y el hombre interior.
La oración que hace el hombre exterior sin el hombre interior no sirve de gran cosa, incluso de nada en absoluto. Para avanzar realmente en el camino de la oración verdadera y bien hecha, no hay nada más seguro, más grande y más útil que el precioso Cuerpo Eucarístico de Nuestro Señor Jesucristo… Queridos hijos, debéis estar extraordinariamente agradecidos, porque esta gracia se os concede con más frecuencia que antes y debéis usarla más que otros auxilios…
Uno de los dos hombres era Fariseo, y el Evangelio nos dice lo que hizo. El otro era un publicano, se quedó alejado, no se atrevía a levantar los ojos hacia el cielo y decía: “Señor, ten piedad de mí, pobre pecador”; para éste su oración acabó satisfactoriamente. En verdad, yo querría actuar como lo hizo el publicano y considerar continuamente mi nada. Este será el camino más noble y más útil que se pueda seguir. Este camino lleva siempre y sin intermediario al hombre hacia Dios, porque dónde Dios viene con su misericordia, viene con todo su ser, es él mismo el que viene.
Entonces, ocurre que los mismos sentimientos de este publicano se apoderan del corazón de ciertas personas, que conscientes de sus pecados, se alejan de Dios y el Santísimo Sacramento, diciendo que no son dignos de acercarse. No, queridos hijos, por el contrario, debéis acudir voluntariamente con más frecuencia a la comunión, con el fin de ser perdonados de vuestras faltas y decir: “Ven, Señor, ven aprisa, antes de que mi alma perezca en el pecado; es necesario que vengas pronto, antes de que perezca completamente” (cf Jn 4,49).
Juan Taulero
48, Para el domingo XI después de la Trinidad
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