Jueves 25 de marzo de 1858: el nombre que se esperaba
Hace 21 días que Bernardita no ha venido a la gruta de Massabielle. Pero he aquí que pronto por la mañana de este 25 de marzo de 1858, se siente atraída interiormente y va a la gruta. Nada más arrodillarse frente a la cavidad, la niña realiza una amplia señal de la cruz, después, con su vela en una mano y el rosario en la otra, empieza a recitar el rosario. Enseguida llega aquella que no conoce aún su nombre. Al final de la oración, Bernardita se levanta y va al interior de la gruta. Se inmoviliza a la derecha, cerca del muro. Allí es donde encuentra a la misteriosa señora para su coloquio, su entrevista, su conversación sincera. En ese instante Bernardita está decidida a preguntarle su nombre, aunque tenga que insistir. En efecto, el Sr. Cura no ha querido dar seguimiento a la petición que la señora había hecho a Bernardita: «Vaya a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y se venga en procesión».
Una vez, dos veces, tres veces, Bernardita pregunta: «Señora, ¿tendría la amabilidad de decirme su nombre?». A la cuarta vez que la niña pregunta, el rostro de la señora se pone serio. Luego separa sus manos que estaban juntas y extiende las manos hacia la tierra, las junta de nuevo a la altura del pecho y levanta los ojos hacia el cielo. Al mismo tiempo que realiza ese gesto la señora dice su nombre en el idioma de Bernardita: «Que soy era Immaculada Counceptiou», «Yo soy la Inmaculada Concepción». Alrededor de la niña todos se dan cuenta de que algo nuevo acaba de ocurrir, ya que la cara de Bernardita está más iluminada que nunca. Cuando la misteriosa visitante la deja, la hija mayor de la familia Soubirous pide a su tía que le de permiso para dejar allí la vela que tenía durante la oración, ya que ésta era suya, como agradecimiento, reconocimiento y gratitud. Con el acuerdo de su tía Lucile, Bernardita planta su vela en medio de otras que ya están quemándose en el fondo de la gruta. De vuelta a casa, rodeada por algunas mujeres, Bernardita no deja de repetir en voz baja: «Que soy era Immaculada Councepciou». Al cabo de un rato, una de las mujeres que van con ella pregunta: «¿Sabes algo?» Bernardita le contesta al oído: «¡Chitón! No se lo digas a nadie, me ha dicho: Yo soy la Inmaculada Concepción».
En cuanto llega a la casa parroquial, Bernardita entra sin llamar y se encuentra cara a cara con el Sr. Cura y le chilla: «Yo soy la Inmaculada Concepción». El Sr. Cura le pregunta: «¿Qué dices?» Bernardita rectifica y dice: «En la gruta, la señora me ha dicho: Yo soy la Inmaculada Concepción». El Cura dice: «Una señora no puede llamarse así. Y tú, ¿cómo puedes decir algo que no entiendes?» La niña precisa entonces: «Señor Cura, he repetido su nombre durante todo el camino». Muy emocionado, el cura dice: «Vete, ya te veré más tarde». Obediente, Bernardita se va. Entonces ella va a ver a su confesor, el P. Pomian, que es quien le da catequesis para la Primera Comunión. Bernardita le dice el nombre de la señora, después se va para casa, al calabozo, y se queda con su familia, la miseria y la actividad diaria. Por la tarde va a ver a un cierto Jean-Baptiste Estrade y, por petición suya, le transmite el nombre misterioso de la señora de la gruta. Ese hombre dice entonces a quien quisiera oírlo, o como para sí: «¡Entonces es la santísima Virgen!».
Por la mañana ni el Cura Peyramale, ni el P. Pomian han descodificado esa fórmula misteriosa para la niña. Bernardita ignorante de todo. Y la misma Bernardita no ha preguntado nada. Ella es tan solo la mensajera. Recibió el mensaje. Transmitió el mensaje. Esa es la transparencia de Bernardita. Más tarde se enteró de que la Inmaculada Concepción es un dogma definido por la Iglesia para afirmar que María no ha sido nunca manchada por el pecado, ya que era Inmaculada desde su concepción.
Pero Bernardita ya sabe que la Inmaculada Concepción es alguien, una persona, una señora, su amiga a la que ama con todo su corazón.
Fuente: Santuario de Lourdes
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Jueves 25 de marzo de 1858: el nombre que se esperaba
Hace 21 días que Bernardita no ha venido a la gruta de Massabielle. Pero he aquí que pronto por la mañana de este 25 de marzo de 1858, se siente atraída interiormente y va a la gruta. Nada más arrodillarse frente a la cavidad, la niña realiza una amplia señal de la cruz, después, con su vela en una mano y el rosario en la otra, empieza a recitar el rosario. Enseguida llega aquella que no conoce aún su nombre. Al final de la oración, Bernardita se levanta y va al interior de la gruta. Se inmoviliza a la derecha, cerca del muro. Allí es donde encuentra a la misteriosa señora para su coloquio, su entrevista, su conversación sincera. En ese instante Bernardita está decidida a preguntarle su nombre, aunque tenga que insistir. En efecto, el Sr. Cura no ha querido dar seguimiento a la petición que la señora había hecho a Bernardita: «Vaya a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y se venga en procesión».
Una vez, dos veces, tres veces, Bernardita pregunta: «Señora, ¿tendría la amabilidad de decirme su nombre?». A la cuarta vez que la niña pregunta, el rostro de la señora se pone serio. Luego separa sus manos que estaban juntas y extiende las manos hacia la tierra, las junta de nuevo a la altura del pecho y levanta los ojos hacia el cielo. Al mismo tiempo que realiza ese gesto la señora dice su nombre en el idioma de Bernardita: «Que soy era Immaculada Counceptiou», «Yo soy la Inmaculada Concepción». Alrededor de la niña todos se dan cuenta de que algo nuevo acaba de ocurrir, ya que la cara de Bernardita está más iluminada que nunca. Cuando la misteriosa visitante la deja, la hija mayor de la familia Soubirous pide a su tía que le de permiso para dejar allí la vela que tenía durante la oración, ya que ésta era suya, como agradecimiento, reconocimiento y gratitud. Con el acuerdo de su tía Lucile, Bernardita planta su vela en medio de otras que ya están quemándose en el fondo de la gruta. De vuelta a casa, rodeada por algunas mujeres, Bernardita no deja de repetir en voz baja: «Que soy era Immaculada Councepciou». Al cabo de un rato, una de las mujeres que van con ella pregunta: «¿Sabes algo?» Bernardita le contesta al oído: «¡Chitón! No se lo digas a nadie, me ha dicho: Yo soy la Inmaculada Concepción».
En cuanto llega a la casa parroquial, Bernardita entra sin llamar y se encuentra cara a cara con el Sr. Cura y le chilla: «Yo soy la Inmaculada Concepción». El Sr. Cura le pregunta: «¿Qué dices?» Bernardita rectifica y dice: «En la gruta, la señora me ha dicho: Yo soy la Inmaculada Concepción». El Cura dice: «Una señora no puede llamarse así. Y tú, ¿cómo puedes decir algo que no entiendes?» La niña precisa entonces: «Señor Cura, he repetido su nombre durante todo el camino». Muy emocionado, el cura dice: «Vete, ya te veré más tarde». Obediente, Bernardita se va. Entonces ella va a ver a su confesor, el P. Pomian, que es quien le da catequesis para la Primera Comunión. Bernardita le dice el nombre de la señora, después se va para casa, al calabozo, y se queda con su familia, la miseria y la actividad diaria. Por la tarde va a ver a un cierto Jean-Baptiste Estrade y, por petición suya, le transmite el nombre misterioso de la señora de la gruta. Ese hombre dice entonces a quien quisiera oírlo, o como para sí: «¡Entonces es la santísima Virgen!».
Por la mañana ni el Cura Peyramale, ni el P. Pomian han descodificado esa fórmula misteriosa para la niña. Bernardita ignorante de todo. Y la misma Bernardita no ha preguntado nada. Ella es tan solo la mensajera. Recibió el mensaje. Transmitió el mensaje. Esa es la transparencia de Bernardita. Más tarde se enteró de que la Inmaculada Concepción es un dogma definido por la Iglesia para afirmar que María no ha sido nunca manchada por el pecado, ya que era Inmaculada desde su concepción.
Pero Bernardita ya sabe que la Inmaculada Concepción es alguien, una persona, una señora, su amiga a la que ama con todo su corazón.
Fuente: Santuario de Lourdes
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