«Si no os convertís, todos pereceréis» (Lc 13,3)
Pobre de mí, mi conciencia me acusa sin cesar y la verdad no me puede excusar diciendo: no sabía lo que se hacía. Perdona, pues, Señor, al precio de tu preciosa sangre, todos los pecados en los que he caído, conscientemente o inconscientemente… Sí, Señor, verdaderamente he pecado, y voluntariamente, y mucho. Después de haber recibido el conocimiento de tu verdad, he ofendido al Espíritu de gracia; y sin embargo, cuando recibí el bautismo, me concedió gratuitamente la remisión de los pecados. Pero yo, después de haber recibido el conocimiento de tu verdad, he vuelto a caer en ellos «como el perro vuelve a su vómito» (2P 2, 22; Pr 26,11).
Oh Hijo de Dios, ¿te he pisoteado renegando de ti? Sin embargo no puedo decir que Pedro cuando te negó, te pisoteara, él que te amaba tan ardorosamente, incluso si te negó una primera, una segunda y una tercera vez… También a mí, Satán ha reclamado a veces mi fe para cribarla como el trigo; pero tu oración bajó hasta mí de manera que mi fe jamás ha decaído (Lc 22,31-32), no te ha abandonado… Tú sabes bien cómo he querido siempre adherirme a ti; así pues, tú, guárdame en esta voluntad hasta el final.
Siempre he creído en ti… siempre te he amado, incluso cuando he pecado contra ti. Me arrepiento de mis pecados hasta morir. Pero no me arrepiento de ninguna manera de mi amor, sino de no haberte amado tanto como debía.
Guillermo de San Teodorico
Oraciones meditativas, nº 5
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«Si no os convertís, todos pereceréis» (Lc 13,3)
Pobre de mí, mi conciencia me acusa sin cesar y la verdad no me puede excusar diciendo: no sabía lo que se hacía. Perdona, pues, Señor, al precio de tu preciosa sangre, todos los pecados en los que he caído, conscientemente o inconscientemente… Sí, Señor, verdaderamente he pecado, y voluntariamente, y mucho. Después de haber recibido el conocimiento de tu verdad, he ofendido al Espíritu de gracia; y sin embargo, cuando recibí el bautismo, me concedió gratuitamente la remisión de los pecados. Pero yo, después de haber recibido el conocimiento de tu verdad, he vuelto a caer en ellos «como el perro vuelve a su vómito» (2P 2, 22; Pr 26,11).
Oh Hijo de Dios, ¿te he pisoteado renegando de ti? Sin embargo no puedo decir que Pedro cuando te negó, te pisoteara, él que te amaba tan ardorosamente, incluso si te negó una primera, una segunda y una tercera vez… También a mí, Satán ha reclamado a veces mi fe para cribarla como el trigo; pero tu oración bajó hasta mí de manera que mi fe jamás ha decaído (Lc 22,31-32), no te ha abandonado… Tú sabes bien cómo he querido siempre adherirme a ti; así pues, tú, guárdame en esta voluntad hasta el final.
Siempre he creído en ti… siempre te he amado, incluso cuando he pecado contra ti. Me arrepiento de mis pecados hasta morir. Pero no me arrepiento de ninguna manera de mi amor, sino de no haberte amado tanto como debía.
Guillermo de San Teodorico
Oraciones meditativas, nº 5
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