Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».
«El Señor me ha revelado —empezó el gran stárets— que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana… El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios…» «¿Cómo “adquisición”? —le pregunté al padre Serafín—. No comprendo del todo…».
Entonces el padre Serafín me cogió por Ios hombros y me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos». «No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme».
Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté Ios ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «¿Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables». «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria». «Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón». «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio».
Serafín de Sarov, Vita e colloquio con Motovilov, Turín 1989.
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Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».
«El Señor me ha revelado —empezó el gran stárets— que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana… El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios…» «¿Cómo “adquisición”? —le pregunté al padre Serafín—. No comprendo del todo…».
Entonces el padre Serafín me cogió por Ios hombros y me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos». «No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme».
Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté Ios ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «¿Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables». «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria». «Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón». «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio».
Serafín de Sarov, Vita e colloquio con Motovilov, Turín 1989.
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