Hay una forma de sosiego y de felicidad terrena que la revelación del amor suprime definitivamente. No es posible brotar el amor en un alma sin herirla con las espinas del sufrimiento. Tiemblo de fervor cada vez que veo perderse en la tierra esa realidad misteriosa, cuya patria no es de este mundo.
Es la respuesta de Cristo a sus discípulos que se indignaban por la pérdida del perfume derramado: «Está embalsamando mi cuerpo para la sepultura». Jesús acepta que le den todo, porque está dispuesto a perderlo todo. El amor terreno, en su grado máximo, tiene sabor a muerte. Nada de lo que podamos atesorar en el tiempo, ni de lo que nos lleve al orgullo de la vida es amor.
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