Para que se realice este nacimiento es absolutamente necesario que el alma se haya purificado del todo y viva en máxima fidelidad, en profundo recogimiento.
Renuncie el alma a vivir de las impresiones sensuales y de la distrayente multiplicidad de las criaturas.
More ella en su interior, totalmente solitaria, en la porción más noble de sí misma. Aquí está el lugar del nacimiento.
[…] En el fondo del alma reina ahora un silencio, silencio de media noche, en expectación de este divino nacimiento.
Entonces, Dios Padre pronuncia su Palabra.
[…] En tal alma, sosegada, pronuncia Dios su Palabra y se pronuncia a sí mismo. A sí mismo, digo, no una imagen. Como dice Dionisio: «Dios no tiene imagen ni semejanza de sí mismo, porque Él es todo bien, toda verdad, toda esencia. De un vistazo contempla y perfecciona las obras en sí mismo» y por sí mismo”.
Eckhart, Sermón sobre SB 18,14
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