Santo Abandono

En la noche

He aquí por qué almas de gran alma de gran virtud, de ardiente piedad, son sometidas por Dios a la prueba de las arideces. El Espíritu Santo, el divino Consolador, en vez de derramar en ellas el sentimiento delicioso de su ternura, en vez de hablar su dulce lenguaje de amor, en vez de hacerles gustar el embeleso de su presencia, parece retirarse, callar, dejarlas solas, abandonadas a sí mismas. Desde hace tiempo, apenas se ponían en oración, lo encontraban allí, lo experimentaban, lo sentían; una intimidad atrayente y sabrosa reinaba entre ellos; el alma olvidaba el mundo, comprendía su vanidad, se desvinculaba de ello, dejaba caer uno después de otro todos los lazos que habrían podido entretenerla e impedirla abandonarse sin reservas a las relaciones divinas. Dios se hace para ella cada día mas su todo, y el resto cada vez más nada… Luego, improvisadamente, Dios se retira, desaparece; deja al alma en la soledad y el abandono, privada de la tierra que ella ha sacrificado para Él, sin Él, que debía sustituir todo lo que ella había sacrificado. Solo aquellos que han amado y concentrado su vida en un solo objetivo pueden comprender el horror y la soledad de un abandono tal.

No es raro que la prueba se complique. Dios permite al enemigo aprovechar su aparente lejanía para ataques mas violentos: enfermedades, persecuciones, tentaciones, pruebas de todo género se vierten sobre el alma abandonada. El cielo se une a la tierra para triturarla, y la oración, único socorro que le queda, parece perderse en el vacío de su corazón abandonado.
Este maestro avanza a menudo más lejos en sus experiencias de amor. A su silencio y a su aparente abandono no teme añadir actitudes de disgusto: se muestra irritado, implacable; asume un aspecto de enemigo, trata con dureza a un amor que no tiene ya otro apoyo sino Él.

Son horas grandes, tan grandes como duras. La fe que se ha hecho el respiro de la caridad, la que fe que ha tornado el nombre de confianza, se arraiga entonces en las profundidades que preparan maravillosas floraciones. A las almas decididas, que saben perseguir hasta en sí mismas a Dios que allí se esconde, les reserva encuentros nuevos e intimidades que ni siquiera sospechan. Él no se retira sino para atraerles. Quiere conocer, en el fuego de la prueba, la realidad y la fuerza de su adhesión a Él. Quiere atraerles a todo lo creado, que no tengan mas posibilidad de volver atrás. Les obliga a cortar los puentes, a lanzarse a nadar, a alcanzarlo al otro lado del río. Amar es donarse; darse es olvidarse.

Pero Él está allí, Él, el Don esencial de sí, que sostiene secretamente, y que, sin que se le advierta, atrae de manera siempre mas irresistible y dulce. Ya no se le ve, una crecida seguridad, de un modo nuevo y mas estable que nunca, surge lentamente como un resplandor del alma en la noche todavía oscura, y el alma comprende que este nuevo día está más cercano a la Verdad y la Vida. No es mas la alegría perdida, sino una impresión de dulzura tranquila, la que se une al recuerdo de las alegrías pasadas o a la esperanza de alegrías próximas mas profundas o mas puras. El alma siente una voz en este silencio, advierte una presencia en esta soledad, adivina un amor en este abandono y aun hasta en esta hostilidad, y percibe, en todo este esfuerzo divino, la mano que la plasma y la restituye siempre más a imagen del divino Modelo.

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Dom Agustín Guillerand. (+1945). “Ecrits spirituels, t.I, pp.56-60”

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