Dios no es indiferente a su pueblo. Su amor es apasionado. Cuando se habla de su ira, se trata solo de la otra cara de su amor apasionado, de su preocupación. No es Él el que necesita a su pueblo, sino que su pueblo le necesita a Él. Y, cuando su pueblo se aparta de Él, esto comporta desgracia y necesidad: «[mi pueblo] me abandonaron a mí, fuente de aguas vivas, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua» (Jr 2, 13).
El amor de Dios a su pueblo es inconmoviblemente fiel; pero también es verdadero. Es probablemente algo único en la historia de las religiones que las Sagradas Escrituras de una comunidad religiosa sean tan críticas con la propia comunidad. ¡De qué no se acusa en los libros de los profetas al pueblo elegido! Implacablemente se llama por su nombre a todas y cada una de las faltas, se revelan todos los errores. Los profetas acusan al parecer sin piedad a todos, desde el rey hasta las personas sencillas, cuando ponen al descubierto el registro de pecados del Pueblo de Dios.
Sin embargo, aquí se muestra la auténtica piedad: Esta no puede existir sin la verdad. Solo puede curar si se hace un diagnóstico insobornable. Y los profetas lo hacen del modo más claro posible. En todo el Antiguo Testamento, la misericordia de Dios se muestra especialmente en la compasión con los pecados de su pueblo, que no son minimizados ni bagatelizados: solo con el sobrio realismo en el modo de ver los pecados de Israel se aprecia la grandeza de la compasión de Dios.
Christoph Schönborn
Hemos encontrado misericordia
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