Quien intente hoy en día hablar de la fe cristiana a gente que ni por vocación ni por convicción conoce desde dentro la temática eclesial, advertirá bien pronto lo extraña y sorprendente que le resulta tal empresa. Es probable que en seguida tenga la sensación de que su situación está bastante bien reflejada en el conocido relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas, que Harvey Cox resume brevemente en su libro “La ciudad secular”. En él se cuenta que en Dinamarca un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnífico truco para que asistieran los más posibles a la función: aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas.
Con este relato ilustra Cox la situación de los teólogos modernos. En el payaso, que no es capaz de lograr que los aldeanos escuchen su mensaje, ve Cox una imagen del teólogo, a quien nadie toma en serio si va por ahí vestido con los atuendos de un payaso medieval o de cualquier otra época pasada. Ya puede decir lo que quiera, pues llevará siempre consigo la etiqueta del papel que desempeña. Y por buenas maneras que muestre y por muy serio que se ponga, todo el mundo sabe ya de antemano lo que es: ni más ni menos que un payaso. Se sabe ya de sobra lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen nada que ver con la realidad. Se le puede escuchar, pues, con toda tranquilidad, sin miedo a lo que dice te cause la más mínima preocupación. Está claro que esta imagen es en cierto modo un reflejo de la agobiante situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual, que no es otra que la abrumadora imposibilidad de romper con los clichés habituales del pensamiento y del lenguaje, y la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida humana.
Joseph Ratzinger
Introducción al cristianismo
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