«Si se levantan los vientos de las tentaciones,
si tropiezas con los escollos de la tentación,
mira a la estrella, llama a María.
Si te agitan las olas de la soberbia,
de la ambición o de la envidia,
mira a la estrella, llama a María.
Si la ira, la avaricia o la impureza impelen
violentamente la nave de tu alma, mira a María.
Si, turbado con la memoria
de tus pecados, confuso
ante la fealdad de tu conciencia,
temeroso ante la idea del juicio,
comienzas a hundirte en la sima
sin fondo de la tristeza o en el abismo
de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias,
en las dudas, piensa en María,
invoca a María.
No se aparte María de tu boca,
no se aparte de tu corazón;
y para conseguir su ayuda intercesora
no te apartes tú de los ejemplos de su virtud.
No te descaminarás si la sigues,
no desesperarás si la ruegas,
no te perderás si en ella piensas.
Si ella te tiene de su mano, no caerás;
si te protege, nada tendrás que temer;
no te fatigarás sí es tu guía;
llegarás felizmente al puerto
si Ella te ampara.»
-San Bernardo, Sobre la excelencias de la Virgen Madre, 2, 17
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